EN EL CENTRO DEL JARDÍN.

Autor: Antón Castro.

Ed: Olifante    Ed: 1ª; año 2024

Antón Castro es el mayor agitador cultural de Aragón. Es una persona incansable a la que admiras por su frenética actividad. Desde el suplemento Artes & Letras, de Heraldo de Aragón, nos abre una ventana al mundo cultural, no solo aragonés sino nacional.

Leer a Antón es siempre una verdadera delicia. Su sensibilidad, su entrañabilidad y su imaginación desbordada hacen que vibremos con sus lecturas, bien sea poesía o prosa. Las dos las maneja impecablemente bien.

En “El centro del jardín” conocemos al Antón Castro enamorado. Enamorado de la familia, de la Naturaleza (bosques, frondas, árboles frutales, ríos sinuosos y de aguas transparentes) y, sobre todo, de sus amistades. Enamorado también del mar que le vio nacer y crecer allá en Lañas, Arteixo (Galicia). Enamorado del amor, como podremos advertir en muchos de sus poemas.

“…ellos se acomodaron bajo los pinos, entre el musgo, algunos arbustos y la melodía del río.”

El escritor y bibliófilo, José Luis Melero escribe: “En el centro del jardín” nos coloca Antón Castro a sus lectores un atardecer cualquiera, nos prepara un cómodo aposento al lado de fragantes jazmines y rosas de turbador aroma, y comenzamos la lectura apasionante de sus versos, esos versos en los que crea lugares mágicos…”

Sus leyendas son admirablemente deliciosas como las que narra en los poemas “Panticosa”, “Maurice Ravel en Panticosa” o “Romero es mi caballo”.

La maestría de Antón hace de lo cotidiano algo inconmensurable, onírico y delicioso.

En varios de los poemas aparece la figura del faro marinero. Y el autor le da un valor que va más allá de su función orientadora. Es reducto de amores y de vivencias entrañables, es un monolito impertérrito contra el horizonte, es en definitiva una aguja hacia el cielo empujado por la batida de las olas.

Y no faltarán poemas dedicados a algunos amigos así como otros, de carácter póstumo, en los que recuerda al amigo ausente. Buen ejemplo de ello es el que le dedica al restaurador Emilio Lacambra.

Por tanto, una vez más, se descubre la destreza del autor para hacer de cada uno de los cincuenta poemas una pequeña obra maestra.

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