CAMPOS
DE ARAGÓN.
Autor:
José Luis Gracia Mosteo.
Ed:
Olifante. Ed: 1ª; año 2024.
Págs:
70
“Eso
es ser labrador, eso fue la agricultura.”
José
Luis Gracia Mosteo (Calatorao, 1957) es un reconocido y prestigioso escritor a
nivel nacional, por su potente narrativa y por sus ácidos ensayos. Pero, de vez
en cuando, necesita dar rienda suelta a su espíritu creador y escribir poesía. Y
éste es uno de esos momentos.
A
“Campos de Aragón” le preceden “La balada del Valle Verde”, “Blues de los bajos
fondos”, “Romancero negro” y “La pierna ortopédica de Rimbaud”.
Una
vez más, Gracia Mosteo canta a los campos de su querido valle del río Jalón, a
su vegetación, a sus frutos, a su aroma…En todo el poemario subyace el anhelo a
su tierra que le vio nacer, a sus gentes y al olor de sus campos recién
bautizados.
“Canta
entonando que el cielo/en esa tierra rugosa/de suaves colinas pardas/que del
horizonte brotan;/canta su tierna verdura,/sus arroyos y sus frondas;/ canta a
ese Olimpo mortal/donde solo existe ahora,/ese cielo en el que nacen/el vino,
el sol, la amapola.
La
edición es consecuencia de la editorial aragonesa Olifante. Su factura es
exquisita y encomiable. Y en ella, discretamente, se refugian los poemas de
Gracia Mosteo.
El
libro se divide en cuatro partes que evocan “Los Cuatro Elementos”: Tierra,
Agua, Aire y Fuego. Todos los poemas llevan unos bellos encabezamientos de
distintos escritores (Rimbaud, Lope de Vega, Bocaccio, etc.)
El
autor vivió con estupor y con verdadero respeto el drama de la Pandemia en su
apartamento de Madrid. Su alma se encogía cada vez que oía el incesante y
siniestro ruido de las sirenas; sonido que preludiaba el hecho de una muerte
incierta. Entonces su alma se despojaba del entorno urbano, se deshacía de sus
vestiduras carnales y viajaba a su querida y anhelada tierra aragonesa, a su
personal Arcadia (et in Arcadia ego). Y sentía el aroma de la fruta recién
cogida, el de los regatos y la tierra húmeda, el del cilantro, el del diente de
león, el del romero y el tomillo, allá en los cerros. Y su rostro era
acariciado por la humedad de las aguas del milenario río Jalón.
“Llueve
a mediados de agosto/sobre oleajes de alfalfa,/llueve y los mares de
hierba,/tréboles y albahaca/con la tormenta se mecen/cual océanos de paja.”
En
la primera parte de poemario, es decir, el dedicado a la Tierra, los dioses del
Olimpo se entrelazarán sobre las líneas de los versos para cantar a la tierra
verde, al racimo y el mosto. Y ellos entregarán la tierra como elemento de
riqueza al ser humano. Pero será la diosa Artemisa, la protectora de la caza,
los animales salvajes y el terreno virgen la que merecerá todo un poema por
parte del autor.
Leer
“La balada del Valle Verde”, ya denota que José Luis Gracia es un verdadero
maestro en lo que se puede denominar “poesía rural”. Nadie como él ha sabido
hacer versos tan bellos y conmovedores dedicados al mundo rural, a sus cansados
y agotados pueblos, a sus tierras hoy
día baldías (y de lo que se lamenta el autor en algunos poemas), a la
vegetación, a los sotos, al bosque de ribera y a los animales que en él
habitan. A aquella riqueza agrícola que conoció de infante y que, hoy día, no
vale casi nada.
En
definitiva, estamos ante un poemario liviano, etéreo, verdadero; en unos
aspectos turbador y en otros recóndito y delicioso.
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