VENECIA DE CASANOVA.

Autor: Félix de Azúa.

Ed: Athenaica.                       Ed: 1ª; año 2021.

“Una de las razones por las que Venecia resulta tan abrumadoramente literaria es la de que todo en ella es falso, pero verosímil.”

 

Félix de Azúa nació en Barcelona un 30 de abril de 1944. Es un escritor español de reconocido prestigio y, actualmente, es miembro de la Real Academia Española y ocupa el sillón H.

Su vida es muy interesante fruto de su periplo viajero: Madrid, París, Barcelona…En la capital francesa conoció al filósofo Agustín García Calvo al que considera su maestro. En un principio fue muy reconocido por su poesía. Tanto es así que el crítico literario José María Castellet, en 1970, lo incluyó dentro de la generación de los “Nueve novísimos” poetas españoles. Su bagaje poético siempre ha estado influido por la filosofía. Está considerada como fría y hermética, siempre girando entre los ejes temáticos del vacío y la nada.  

En cuanto a su producción narrativa y de prosa literaria destaca por su carácter reflexivo y culturalista, incluyendo fuertes dosis de ironía y sarcasmo, sobre todo en sus textos más recientes. En una conversación que tuve con el autor me confesó que llegó un momento en que la poesía se le agotó.

Este es el segundo libro que leo (y espero que no sea el último) de este reconocido autor. Tras terminar su lectura puedo decir que se afianza la idea de encontrarnos con una prosa reflexiva, muy culta y con retazos de socarronería que enriquece y hace más fluida su lectura. En definitiva, su narrativa es muy sugerente e interesante.

En “Venecia de Casanova” Azúa nos dará a conocer todos los aspectos de esta república italiana (entonces) en sus últimos años. Desde la Administración y Gobierno hasta el teatro, los casinos y la prostitución.

Si Jesucristo o Platón se hubieran encontrado, en un momento dado, a principios de 1700, no hubieran notado ningún cambio, acaso se hubieran comprado un sombrero y quizás un bastón. Aunque siglo y medio más tarde hubieran sucumbido de la impresión -dice el autor-

Los venecianos, en aquel entonces, despreciaban la tierra como medio de sustento. Lógico por otra parte al estar inmersos en una gran economía bancaria, prestamista y, sobre todo, marítima mercantil. Fue la primera potencia mundial en lo que a dominio de los mares se refiere.

No obstante, llegó un momento que el aumento vertiginoso de “malviventi” fue un grave problema para la Administración, hasta que resolvieron que serían destinados a galeras.

Pero a Venecia nunca le ha faltado la alegría, quizás fingida, con los famosos carnavales y las competiciones de regatas. En aquel tiempo, los gondoleros eran una institución muy importante, no como ahora que no pasan de ser un mero instrumento turístico.

Azúa nos da noticia de la cantidad de palacios y la forma de construcción de los mismos. Al estar lógicamente en una zona lacustre, los cimientos se hacían con troncos de árboles. Sin ir más lejos, en la construcción del Templo de la Salute se utilizaron, ni más ni menos, que 1.156.627 troncos. Fue muy afamado el arquitecto Sansovino que, al margen de dirigir la erección de distintos palacios, fue el hacedor de la Plaza de San Marcos y su entorno. Y en aquel tiempo vivió el famoso Giacomo Casanova, un sacrificado obrero del sexo y eficazmente cumplidor.

Fue muy importante la indumentaria hasta tal punto que importarían la moda de las pelucas. De hecho, Azúa nos recrea narrando todo tipo de modelos de este complemento piloso.

Con respecto a la industria solo podemos apuntar dos: El Arsenal, que son los astilleros y la de la famosa artesanía del vidrio, que se implantó en la isla de Murano para evitar incendios en el centro de la ciudad.

Especialmente curioso y entretenido es el capítulo que el autor le dedica a la cosa del fornicio. Apollinaire decía que Venecia era la gran vulva de Europa. Este oficio milenario era tomado muy en serio por la Administración; tanto es así, que se convirtió en una compañía de negocios paraestatal.

Es decir, el Gobierno se convirtió en un chulo absoluto. Tal era la profusión de este arte amatorio que los turistas, antes de visitar San Marcos, se hacían con catálogos de lupanares y putas con amplias descripciones de las mismas y en los que no faltaban los precios de los servicios. Seguirá el ensayo con las descripciones de los casinos (ridotti), de los teatros y de los cafés.

Y llegó el tiempo en el que una república mata a otra: Napoleón Bonaparte, tras ciertos ardides, tomó la ciudad en 1796, desapareciendo así la Venecia republicana y autónoma.

¡Bye Venecia!

 

 

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