MIRARSE DE FRENTE.
Autora: Vivian Gornick.
Traducido por: Julia
Osuna Aguilar.
Ed: Sexto Piso. Ed: 4ª; año 2023.
“Pronto sería dueña de mí
misma; en cuanto fuera dueña de mí misma, sería dueña de todo.”
Gornick nació en Nueva
York en 1935. En 1969 comenzó a escribir y, paralelamente, apareció su
conciencia feminista. Es autora de ensayos, textos críticos, periodísticos y de
memorias, siempre a la sombra de una perspectiva de género. En el año 2017
recibe dos galardones en España: la del Gremio de Libreros de Madrid y el
“Euskadi” de Plata, que conceden los libreros vascos.
Este libro fue
recomendado por la poeta y escritora Angélica Morales en sus redes y, en cuanto
pude, me hice con él. Es un libro muy jugoso, muy reflexivo y con una prosa
exquisita, potente, densa y lúcida. Es una de esas lecturas que disfrutas con
ella, independientemente del final. En él todo es una inmensa reflexión con
preguntas y respuestas sobre el amor, el destino, el futuro, el trabajo…
Una vez más, una
escritora se hace dueña del escenario y crea una prosa untuosa, atrapante y que
disfrutas leyendo y leyendo, sin pensar o esperar un final. Tan solo leer y
disfrutar. Tanto es así que los finales de los relatos, al final, se convierten
en irrelevantes. Aunque disfrutemos con su lectura si que les diré que no va a
ser fácil.
Comienza con un primer
relato que es un verdadero alegato a la defensa del feminismo. Movimiento que
conoce en los años 70, por casualidad, y del que no tenía ni idea pero que ya
nunca abandonará. A éste se une un segundo donde se narran las vejaciones y la
discriminación de la mujer frente a los abusos de poder del hombre. El
escenario elegido es un hotel de los Kasthills donde se narran las vivencias
del personal.
En toda la estructura
narrativa localizaremos referencias al “yo interior”. Y hay algo que me llama
la atención: el vocablo “discernimiento” se repite hasta la saciedad. Todo el
cuerpo narrativo de este libro es un gran discernimiento.
La autora pone de
manifiesto una realidad incontestable: el lenguaje expresivo ha dejado de ser
moneda corriente; la gente habla para transmitir información, no para conectar.
La protagonista analiza
la soledad como una liberación no buscada, tras la ruptura de su matrimonio.
Pero, poco a poco, esa soledad se le hace incompatible, la tiene en una isla o
mundo gris mientras, tras la ventana, se nos ofrece un mundo alegre y colorido.
La autora, a través de su
personaje, se lamenta de la desaparición, en los años 70, de la práctica
totalidad de la Epistolografía. La inmediatez del teléfono ha ganado la
batalla. Recuerda, con cariño, lo
entrañable de escribir una carta: su preparación, su estructura “cuasi”
literaria, la creación de unos momentos íntimos y reflexivos.
En el último capítulo
dice lo siguiente: “En la calle nadie es espectador, todo el mundo actúa.” Algo
que me recuerda a la famosa película, rodada durante horas en una calle
neoyorkina (en un mismo plano) de Andy Warhol.

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