HISTORIA DE UN IDIOTA CONTADA POR ÉL MISMO.

Autor: Félix de Azúa.

Ed: Anagrama.           Ed: 15ª; año 1989.

“Es natural que el amor se presente después (y no antes) del aprendizaje sexual, bajo el aspecto de una puerta más alta, noble y capaz de conducirnos a la felicidad”.

Félix de Azúa nació en Barcelona un 30 de abril de 1944. Es un escritor español de reconocido prestigio y, actualmente, es miembro de la Real Academia Española y ocupa el sillón H.

Su vida es muy interesante fruto de su periplo viajero: Madrid, París, Barcelona…En la capital francesa conoció al filósofo Agustín García Calvo al que considera su maestro. En un principio fue muy reconocido por su poesía. Tanto es así que el crítico literario José María Castellet, en 1970, lo incluyó dentro de la generación de los “Nueve novísimos” poetas españoles. Su bagaje poético siempre ha estado influido por la filosofía. Está considerada como fría y hermética, siempre girando entre los ejes temáticos del vacío y la nada.  

En cuanto a su producción narrativa y de prosa literaria destaca por su carácter reflexivo y culturalista, incluyendo fuertes dosis de ironía y sarcasmo, sobre todo en sus textos más recientes. De hecho, lo podremos comprobar en el libro que hoy nos ocupa. En una conversación que tuve con el autor me confesó que llegó un momento en que la poesía se le agotó, la vio como un vehículo literario limitado y, entonces, decidió inclinarse por la narrativa. Sus dos últimos libros (de los que en su día haré reseña) son “Venecia de Casanova” y “El arte del futuro. Ensayos sobre música”.

“Historia de un idiota contada por él mismo” está dividida en tres bloques supeditados a la vida del protagonista. No es baladí considerar que esta magnífica novela tiene un cierto substrato autobiográfico. La vida de niño y adolescente la recuerda como una etapa gris, incluyendo los once años que estuvo interno en un colegio de frailes (En esta etapa de internado cuenta, sin tapujos, las vejaciones a las que les obligaban los frates, incluidos los abusos).

A partir de ahí es importante su vida en el servicio militar y, por última y tercera etapa, el conocimiento del sexo (no del amor), aunque el protagonista lo llama “investigación del objeto amoroso”.

En toda la lectura del libro subyace una opinión muy curiosa, aunque inquietante: las personas felices son aburridas y monótonas. No le interesan para crear literatura. En cambio, los dramas y las situaciones desesperadas son ideales como argumento para un ejercicio narrativo.

Al final, el autor juega con la simbología de la muerte y la resurrección, como un Ave Fénix que muere y surge de sus rescoldos.

 

 

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