CARIÑENA.

Autor: Antón Castro.

Ed: Pregunta.             Ed: año 2018.

“…allá iba yo: despacioso, con mi cuaderno (por si tenía alguna intuición de poeta) y un varal de fresno, como en los cuentos de hadas. Era miedoso y a veces decidía probarme así: en la madrugada avanzaba estremecido por la melodía de los árboles que tiemblan”.

“intenté alzar los ojos hacia las extensiones de uvas o majuelos infinitos: los campos de pizarra y arcilla, la textura de las guijas y guijarros, el llano inmenso de un ocre rojizo, el celaje que adquiría las tonalidades de la fastuosa paleta de un pintor.”

 

Si dejaran caer en mis manos estas 133 páginas y me preguntasen quién es el autor, estoy casi seguro que lo adivinaría: Antón Castro. Es inconfundible su prosa delicada, traslúcida y limpia. Y el amor que rezuma por las pequeñas cosas cotidianas y su inclinación casi devota por las leyendas como buen gallego de nacimiento. Por último, su inclinación por la sana curiosidad de las vidas de sus compañeros de novela (verbigracia: el periplo viajero de su compañero Eusebio). Antón es inconfundible.

En “Cariñena” nos encontramos ante una novela distinta en la que tendremos grandes dosis autobiográficas acompañadas por otras de ficción. Todo principia con el desplazamiento del autor desde Galicia a Zaragoza, perseguido por el servicio militar. Una vez allí, se instala en una comuna donde abundan los objetores de conciencia, pero, indefectiblemente, hay que seguir viviendo y para vivir hay que conseguir algo de dinero para subsistir. Por tanto, se aventura hacia Cariñena para emplearse como peón en la vendimia. Y aquí comienza una historia deliciosa, llena de matices, vivencias y amistades obligadas.

Encontraremos pasajes muy curiosos y entrañables como la de Eusebio y sus amoríos o la del anciano que conserva sus “Interviús” y que justifica por las lecturas políticas aunque, además y según él, le alegran la vista. Sigue contando el venerable que para la cosa del fornicio tiene también el “Lib”. Interesante es el pasaje en el que el autor nos da a conocer toda la problemática de la filoxera, así como el día a día de los temporeros, esa vida incierta llena de sacrificio y de sudor.

Antón Castro se sorprende con el conocimiento del nuevo (para él) vocabulario aragonés: picaraza, oliva o longaniza. Hoy día, como aragonés putativo, las mueve y les da uso tanto gastronómica como literariamente.

Termina esta experiencia vital, dura y reflexiva, con un precioso cuento a modo de epílogo: una artista en el viñedo.

Inopinadamente, una lumbalgia aguda pone fin a esta experiencia de vendimia del autor.

Pd. – Según me cuenta Antón, esta novela va a ser trasladada al cine. Considero que será un gran acierto.

 

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