LA CARTUJA DE PARMA.


Sthendal.

Ed. Anne-Marie Reboul.


Cátedra. Letras universales. Ed: Año 2012.

En una de mis conversaciones literarias con José Luis Gracia Mosteo me recomendó leer “La Cartuja de Parma”, de Henri Beyle, más conocido por su pseudónimo: Sthendal.
Mosteo me dijo que venía bien, entre las últimas novedades literarias del momento, intercalar la lectura de algún clásico. Y eso he hecho.

La Cartuja de Parma está considerada como una de las mejores novelas escritas en el siglo XIX.
Por ello, si nos animamos a su lectura, tendremos que tener en cuenta “el tempo” con el que está escrita así como el costumbrismo de la época. Pasa lo mismo con el cine: las películas actuales son de un ritmo trepidante y que mantienen la acción de principio a fin. En cambio, el buen cine de mediados del pasado siglo, tiene un ritmo mucho más distendido y un desarrollo más lineal, sin grandes brusquedades. Por tanto, esta reflexión se puede aplicar muy bien a la literatura pretérita.
En definitiva, hay que leerlo sin la celeridad universal del siglo XXI.

Del autor, Sthendal, daré algunos datos curiosos (la biografía se puede consultar en cualquier momento):
Aunque decía que él no era un romántico puro la verdad es que no se libraba de la influencia de otro conocido escritor francés: Rousseau. Su sentimiento analítico frenaba su vena romántica y el egotismo. A pesar de todo, subyace un cierto lirismo en la prosa de Sthendal. Él dijo,respecto a la novela: “es un espejo que el escritor pasea a lo largo del camino”.
Detestaba los domingos por lo que ese día era el que más se dedicaba a trabajar.

La novela que nos ocupa la escribió en ¡52 días! Pero, como dice Anne-Marie Reboul, ya la llevaba en su cabeza bastantes días antes y es seguro que derivaba de una novela corta.

¿Por qué buscar tan lejos la felicidad si la tengo aquí mismo?

En la novela conoceremos la vida cotidiana y cortesana en la Europa del primer tercio del siglo XIX; con sus amores y desamores, sus aventuras lujuriosas y, como no, las intrigas en torno a la vida palaciega.
El desenlace, más corto de lo que se podía prever, es de un lirismo manifiesto.

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